Hola a todos!
Aunque no os lo creáis estoy actualizando desde el balcón del hotel de Puerto de la Cruz, en Tenerife; dónde me he alojado en este pequeño break que he hecho. Me ha ido muy bien, y hablo en pasado porqué ya sólo me quedan unas horas aquí, muy a mi pesar. Cómo no podía fallar de todas las veces que he pisado la isla, está lloviendo, ¡cómo no! ¿Por qué tengo tan mala suerte con esta isla y su climatología? En fin...
Bueno, actualizo ahora con toda la intención de no perder todo lo que me está pasando por mente ahora mismo. Acabo de llegar de un paseo que me he regalado por la costa de noche, sintiendo la furia de las olas del océano y la fuerza de la brisa atlántica. En principio iba a salir a tomar una última copa, en homenaje a las fiestas que he pasado en tan solo dos días pero en último momento me he quedado en la entrada del bar y me he dado media vuelta, llamado por mi instinto.
He empezado a andar sin rumbo fijo y he acabado al lado de los acantilados y allí me he quedado un buen rato hasta que me he empezado a congelar de frío. He tenido tiempo de pensar en un millar de cosas y de acordarme de muchísimas otras. Y pensando pensando no he llegado a ninguna conclusión... como siempre. Me preguntaba el porqué a veces nos cuesta tanto dar la cara a según que situaciones y porqué nos inventamos o somos capaces de inventar mil y una triquiñuelas para seguir ocultando lo que, almenos a nuestros ojos es obvio. Porqué la gente, a veces, se emperrará en convencerte que el resto no es bueno, o porqué nos cuesta tanto a veces encontrar razones para seguir creyendo. Ya no es sólo cuestión de fe, a veces va más allá.
Contemplando las olas además me ha dado por comparar las olas con los sentimientos más profundos, aquellos que, como las propias olas, surgen de fuertes corrientes interiores, y que cuando salen a flote, nos azotan con fuerza. Y al viento lo he comparado con los recuerdos, cómo oscuros fantasmas que no ves, pero los cuales sientes su fuerza en tu interior. Porqué sabes que siempre estarán allí. Fantasmas, recuerdos, sentimientos enterrados y que nunca más deberían salir a la luz, pero que un viento repentino los destapa. En forma de palabras, quizá en forma de paisaje, en un olor, en una persona... Existen mil posibilidades, mil formas distintas en que estos recuerdos se te pueden aparecer. Pero solo tú sabes que es mejor ¿Olvidarlos de nuevo? ¿Ignorarlos? ¿Enfrentarte a ellos? ¿O simplemente dejar pasar el momento de flaqueza y que vuelvan al plano que les corresponde ellos solitos? Ni siquiera yo sé que debo hacer con los mios; pero es fácil aconsejar a otra persona que hacer con los suyos, ¿verdad?
Durante la vida nos cruzamos con tantas personas que intentar mantenerlas a todas en tu memoria sería un suicidio mental. Algunas no te hace falta recordarlas por qué siempre las tienes presentes en tu mente, o aún mejor, en tu corazón. Están aquellas que pasaron una época de tu vida junto a ti inolvidable y que por algún motivo inexplicable e insignificante, perdiste el contacto y sueles acordarte de ellas a menudo, o no, pero así, espontáneamente. Otro tipo de personas de las que sueles acordarte son aquellas que són transportadas a tu memoria por canciones, situaciones, lugares... Y no siempre es agradable acordarte de ellas porque simplemente son eso: un recuerdo. O así deberían permanecer. No puedo dejar de mencionar y hacer especial incapié a aquellos encuentros casuales y fortuitos, que te transportan a esos momentos, buenos o malos de tu vida y que el destino te brinda la oportunidad de volver a convertirlos en algo más que un recuerdo. Después están esas personas que no eres capaz de recordar pero, que por algun motivo, alguien se emperra en recordártelas. Y por último, están aquellas personas a las que directamente no quieres recordar, y sea por qué realmente no vale la pena recordarlas, o simplemente no se lo merecen.
Y después nos queda el engaño... o más bien dicho, el desengaño. Normalmente producido por esas personas, que pueden encontrarse en qualquier nivel de los que he comentado anteriormente. Construimos palacios, mansiones y castillos en las nubes, con ilusión, mucha ilusión, alimentada por algo tan trivial como sueños, palabras y promesas infundadas. Hacemos nuestras obras de ingeniería en el aire para ver como, de un golpe, como si un castillo de naipes se tratara se desmonta y cae todo a tus pies, dejando un rastro de polvo y escombros, que no son más que tu propia ilusión hecho añicos, que tu propia imagen. Tu mismo. Y el derrumbamiento de nuestro sueño es más estrepitoso cuanto más arriba estaba esa persona en los niveles de recuerdo que he hablado antes.
Y no es que esté negativo, para nada. Pero a veces la filosofia barata, que así le llamo yo a esto, viene en el momento más inesperado.
Besazos
Gatet
Vista de las olas des del Paseo Marítimo de Puerto de la Cruz